lunes, 25 de julio de 2011

Per Héctor Castro Ariño: Sense paraules... (3)

Foto realitzada per Héctor Castro


Foto realitzada per Héctor Castro



Foto realitzada per Héctor Castro



Foto realitzada per Héctor Castro



viernes, 22 de julio de 2011

Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (4)

Llevábamos dentro de la cueva un par de horas cuando avistamos cómo llegaba una nave a la orilla…

-¡Eran franceses!

No podíamos perder más tiempo. Si los franceses ya habían llegado, los portugueses ya no tardarían, y la isla estaba llena de genoveses y los británicos también tenían la intención de dejarse ver. Partimos rápidamente intentando no dejar ni huellas ni señales que nos delatasen; era imposible, el fango era el culpable. Eso hacía, si aún cabía más, más peligroso nuestro trayecto. Llegamos a monte Escarnón; llegaba el momento de la verdad. Nos despedimos de Weihoisa y empezamos la escalada. Weihoisa nos esperaría en su cabaña una vez concluida nuestra faena. La subida se presentaba muy dura. De repente, el viejo capitán resbaló…

Q-¡Socorro, he quedado colgado y no sé por cuánto tiempo!

P-¡Aguanta Quesada… agarra ese cabo!

El viejo había quedado colgando gracias a un pedazo de su vestimenta que se había enganchado en una raíz arbórea que sobresalía, pero el impacto que había recibido era muy fuerte.

Q-¡No puedo, creo que me he roto una mano!

El viejo se había propinado un gran golpe en los brazos intentando amortiguar así el choque con el resto del cuerpo y se había lastimado ciertamente las muñecas. Yo estaba más cerca de él que Pablo pero mis esfuerzos por socorrerle eran inútiles, es más, de repente me vi en una situación límite al quedarme atrapado y sin poder salir en un saliente. El pánico se apoderó de mí. Mientras, Pablo subió por fin a Quesada hasta una pequeña explanada y luego se volvió para ayudarme a mí. ¡Qué ironía!, aquel de quien en un principio desconfiaba, ahora me ayudaba.

El viejo Quesada tenía verdaderamente dañadas las manos, si seguía nos pondría a los tres en peligro. No continuó. Buscó un lugar donde ocultarse hasta nuestra vuelta.

Nos íbamos acercando hacia el objetivo de nuestra misión. Eran ya las primeras horas de la tarde cuando divisamos las cuevas pero, ¿cuál de ellas sería?

Quien se hiciera con aquel cofre podría dominar el mundo. Ese cofre contenía el arma más mortífera que la humanidad jamás había poseído. Era capaz de destruir dos barcos de una sola vez, capaz de acabar con cien hombres de una sola vez, capaz de reventar una fortaleza con un solo disparo.

Nosotros, unos buscavidas, unos aventureros, solo la queríamos para sacar una tajada que nos permitiera vivir como reyes. La venderíamos al mejor postor.

Continúa en Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (5)

Leer capítulo anterior en Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (3)

jueves, 14 de julio de 2011

Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (3)

héctor castro ariño 11A primeras horas de la mañana vimos tierra. Nos dirigimos a la isla y encontramos al viejo Weihoisa esperándonos en la orilla pactada. Nada más llegar junto a él pronunció unas extrañas palabras preguntando:

-¿Quiénes sois vosotros?

Pablo, el hombre de la cicatriz, conversó con él. Weihoisa se dirigió de nuevo a nosotros señalando a Éric y dijo:

-Este joven está muy mal. Yo conozco a alguien que es médico, que es veterinario.

Interpretando sus gestos más que su idioma, lo seguimos. Anduvimos treinta minutos por una zona rocosa hasta llegar a una espesa llanura por donde continuamos hasta una pequeña ladera. Diez o veinte minutos más tarde llegamos a una choza donde dejamos a Éric en un estado muy débil. Pablo, que era el único que lograba entenderse con Weihoisa, nos comunicó que el hombre que habitaba esa vivienda era médico.
héctor castro ariño aa
Recobramos fuerzas para seguir pero, unos instantes antes de continuar, el hombre de la cabaña nos informó de la muerte de Éric. Fue un golpe duro, pero todos teníamos en mente el por qué y para qué de nuestra estancia en Isla Coral.

Nos encaminamos hacia las altas montañas no sin ates pasar por la choza de Weihoisa para recoger unos utensilios. La luz del día delataba nuestra presencia pero no había tiempo que perder. Sin saber ni el cómo ni el por qué, la conversación era más fluida, hasta me parecía entender más las palabras de Weihoisa. Quizá la muerte del muchacho nos había enternecido un poco a todos, hasta a Pablo, el hombre de mirada profunda y pocas palabras.

De repente, Weihoisa empezó a balbucear no sé qué, no puedo ni transcribirlo. Finalmente entendimos que se trataba de una patrulla de soldados. Subidos en cuatro árboles logramos pasar desapercibidos. Eran soldados genoveses, los que gobernaban la isla. Cuando el cielo estaba más claro que nunca, Weihoisa dijo:
hector castro ariño bb
-El cielo anuncia tormenta. Allí, hacia esa cordillera. Allí hay una cueva.

Dicho esto, nos encaminamos hacia una cueva y, tras cruzar el umbral e instalarnos en el habitáculo, el cielo y las nubes se dejaron oír en forma de lluvia y truenos.




Continúa en Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (4)

Leer capítulo anterior en Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (2)

miércoles, 6 de julio de 2011

Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (2)

hector castro ariño c La mañana pasó rápida y sin noticias de ninguna otra nave. La tarde iba llegando y, con ella, una espesa niebla que nos engulló por completo. A la mañana siguiente llegaríamos a nuestro destino. En Isla Coral nos esperaría un viejo llamado Weihoisa, al parecer solo hablaba woshatel, una vieja lengua muy extraña que ya pocos conocían en Europa y que, posiblemente, en el siglo que viene ya ni se conozca. Weihoisa era hijo de woshateles, los cuales habían conservado su lengua vernácula escapando así de la intensa conversión lingüística que se proyectaba ya en todo el mundo. Aún a pesar de hablar lenguas diferentes creía que podría entenderme con el viejo Weihoisa.

El viaje transcurría tranquilo hasta que nos percatamos de la presencia de un barco a pocas millas. La densa niebla dificultaba saber quiénes eran. Nuestras únicas esperanzas eran que no nos avistasen o que, en caso de ser descubiertos, que se tratara de una flota veneciana, con la que podríamos comerciar, puesto que los portugueses, franceses y británicos perseguían nuestro mismo objetivo. Por último, si fueran piratas, las esperanzas de salir con vida eran prácticamente nulas. La niebla se abrió y la luna llena iluminó toda la mar. Pronto observamos que se trataba de un barco británico, desde el que también nos avistaron. Nos hicieron señas para que nos detuviésemos. Sus cañones pronto responderían a nuestra negativa. La expresión tranquila de Éric, que así se llamaba el más joven de nosotros, comenzó a nublarse hasta llegar al extremo contrario. El pánico se apoderó de todos nosotros. El viejo gritaba constantemente:

-¡A estribor, a estribor!, ¡dirijámonos hacia la niebla!

A poca distancia teníamos nuestra salvación y nuestra única esperanza, otra capa nebulosa. El capitán, al que así llamaban los otros dos hombres, ordenó bajar las velas y avanzar mediante los remos hacia el oscuro lado. De pronto y, antes de que pudiéramos camuflarnos, una bala de cañón nos dio alcance destruyendo parte de la proa. El hombre de la cicatriz en la cara resultó herido levemente, pero el muchacho joven se desplomó ensangrentado. Finalmente, nos ocultamos tras la capa de niebla que poco a poco se fue espesando. Éric estaba realmente mal.

Continúa en
Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (3)

Leer capítulo anterior en
Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (1)

lunes, 4 de julio de 2011

Más que informática


Queridos lectores:

Hoy quiero recomendaros un gran blog de informática http://tinomenosesmas.blogspot.com/ que gestiona un buen amigo, Tino. Es un sitio donde podréis consultar y encontrar respuesta a muchas de vuestras dudas informáticas. Además, Tino tiene la virtud de explicar las cuestiones más técnicas y complejas de un modo llano e inteligible para que sea accesible a cualquier persona. En su blog podréis encontrar solución a muchas cuestiones sobre el mundo de los ordenadores, de las nuevas aplicaciones informáticas, de las redes sociales y del ciberespacio.

Ir a Más que informática

lunes, 27 de junio de 2011

Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (1)

héctor castro ariño aPrólogo


Queridos lectores:

Hoy iniciamos una nueva singladura literaria con la entrega periódica a capítulos de un nuevo relato. Es uno de mis primeros relatos de juventud. Quizá por el título el lector pueda pensar que se trata de un escrito de temática metafísica o trascendental. Pero no es así. Estamos ante un relato de piratas y aventuras.

Espero lo disfrutéis.

La verdadera historia del hombre (1)

Estaba paseando por el muelle aquella tarde lluviosa. La tormenta arreciaba fuerte. La lluvia copiosa y el intenso viento castigaban duramente aquella pequeña embarcación en la que debíamos partir al día siguiente. Por un momento vacilé y estuve a punto de echarme atrás, pero mi fuerte irreflexión, mi espíritu aventurero o el designio divino no me lo permitió. Pasé la noche en una posada cercana al puerto. Era un antro de mala muerte, pero discreto. La noche acalló por unos instantes la tempestad, pero solo unos instantes. Mi propia tensión me hizo caer en un profundo pero intranquilo sueño a la vez.

A primeras horas de la mañana me levanté y me dirigí hacia el lugar exacto; el cielo estaba en calma pero en tono amenazante. El soplo seco y frío del viento hizo amagarme bajo mi poncho. Al fin llegué al muelle y me encaminé hacia la pequeña embarcación. Estaba fuertemente dañada, sin duda, por la tormenta de la noche anterior. Dentro me esperaban tres hombres a los que no conocía. A eso de las seis y cuarto zarpamos rumbo Isla Coral.

hector castro ariño b


El mayor de los tres hombres rozaba los sesenta años, de complexión fuerte y alto, y con una poblada barba canosa. El más joven no tendría aún los treinta, era alto y delgado, y de expresión tranquila. El último era el que más me inquietaba, era un hombre maduro, de unos cuarenta años. Embozado como estaba en su capa, no podía verle el rostro. Al fin descubrió su cara. Una cicatriz adornaba su mejilla izquierda. Una mirada fría y penetrante desprendían sus oscuros ojos. De nuevo se volvió a embozar tras su oscura capa. Nadie gozaba decir nada, ni pronunciar un solo vocablo, ni una sola sílaba. Las dificultades con nuestra nave a causa de los desperfectos que ocasionó el fuerte viento y la abundante agua de la tempestad me permitieron oír sus voces. El más viejo, con una voz ronca y profunda, ordenó taponar algunos agujeros, y enderezar los mástiles con unos cabos que allí había. No sabíamos cuánto podría aguantar nuestro pequeño barco. Si los piratas nos encontraban, no podríamos pensar siquiera en huir, aquella embarcación era tan frágil como un tapón de corcho en un pozal de agua. Por esas aguas navegaba De Quintana, el bucanero más sutil que jamás conocí. Sé que pensarán que esta historia que les estoy relatando es del siglo pasado, donde la lucha con los asaltantes marinos era muy frecuente, pero se equivocan, estamos en pleno siglo XVIII, y lo que aquí estoy narrando sucedió mientras corría el año de gracia de mil setecientos cincuenta y cinco.

Continúa en Héctor Castro Ariño: La verdadera historia del hombre (2)
Para leer otro relato literario pincha en Asesinato en la niebla (1). Por Héctor Castro Ariño

miércoles, 15 de junio de 2011

"Un cadáver en la biblioteca", de Agatha Christie. Reseña literaria por Héctor Castro

La “reina del crimen” o “reina de la intriga”, apelativos con que se conoce a la escritora británica Agatha Christie, nos ofrece una deliciosa novela policíaca en la que nada es lo que parece. Una sagaz Miss Marple -Jane Marple- será la encargada de descubrir a los culpables del asesinato de dos jóvenes.

En esta obra y, a grandes rasgos, Agatha Mary Clarissa Miller –nombre real de Agatha Christie- repite el esquema tradicional de sus novelas policíacas pero, sin embargo, en esta ocasión no ofrece al lector un cúmulo claro de datos y detalles para que este pueda descubrir el misterio a la par que Miss Marple como sucede en otros de sus relatos. Esta vez el lector queda sorprendido por un desenlace inesperado. A pesar de este final imprevisible cabe recordar que anteriormente ya había escrito alguna otra obra donde sorprende al lector con finales sorprendentes como en La muerte de Roger Ackroyd.

El personaje de Miss Marple, una anciana solterona aunque amable y vitalista, como la define la propia autora, centra todo el hilo argumental de la novela ya que todo lo que se va descubriendo pasa por ella. Jane Marple es un señora mayor que reside en el apacible y bonito pueblo de St. Mary Mead, en el interior de Inglaterra, cuyo éxito para resolver los crímenes y atrapar a sus responsables reside básicamente, como ella misma afirma, en el conocimiento que posee de la naturaleza humana. En ocasiones parece que no tiene en muy buena consideración a la especie humana y, sobre todo a los hombres, y acostumbra a repetir que “la gente es igual en todas partes”. A pesar de ello, en el fondo Miss Marple es una mujer que ama la vida por encima de todo así como la condición humana. Es observadora y tiene una capacidad analítica que supera con creces a los mejores policías del país, incluso a los de Scotland Yard.

Un cadáver en la biblioteca es una novela fresca y llena de intriga desde la primera línea. Su estructura es muy simple ya que sigue los tres estadios de introducción, nudo y desenlace. El hecho de que su organización no sea compleja no significa que el libro carezca de personalidad, calidad o interés, más bien todo lo contrario, ya que consigue hilar una misteriosa trama desde su incio hasta su desenlace. La acción se desarrolla sin pausas que pudieran hacer perder tensión en la lectura. El lector disfruta de un elenco de personajes entre los que se encuentran los criminales y ello le permite poder sospechar de cualquiera de ellos a medida que transcurre el relato aunque, como ya hemos dicho, en esta ocasión será muy difícil adivinar quién es el asesino.

En esta obra, publicada en 1942, Agatha Christie aprovecha para criticar algunos de los estereotipos de la Inglaterra de mediados del siglo pasado. Hace un repaso a la diferente tipología de personas y estamentos sociales de la época. Sin duda alguna que leyendo esta novela podemos hacernos una idea muy cercana a la realidad de lo que era en esos años el país del Big Ben. De hecho, incluso el personaje de Miss Marple es costumbrista, empezando por su manera de vestir clásica y típica de las señoras mayores así como sus modales y costumbres típicas del interior de Inglaterra.

Como es habitual en las historias de Miss Marple, la acción de esta novela se desarrolla también en pequeñas poblaciones de la Inglaterra rural donde sus vecinos son ciudadanos modélicos y donde un asesinato coge desprevenidos y por sorpresa a todos los habitantes del entorno, incluyendo a la propia Policía. Agatha Christie consigue inundar de desasosiego y tensión el lugar más apacible. La escritora también tiene la virtud, como podemos comprobar en este relato, de combinar perfectamente personajes planos y personajes redondos que dan forma a la trama argumental. La evolución psicológica de algunos de los personajes es una auténtica demostración de la capacidad creativa de la autora que, a su vez, es capaz de describir al detalle algunas de las situaciones que se dan en la historia para provocar en el lector un anhelo de curiosidad que lo lleva a imaginar aspectos que no han sido descritos.
Aunque numerosas de las novelas de la “reina de la intriga” han sido llevadas tanto al teatro como a la televisión, algunas de ellas han sido trasladadas también al cine como en el caso que nos ocupa ya que Silvio Narizzano dirigió la película Un cadáver en la biblioteca que fue estrenada en 1984.


"Matrimonio de sabuesos", de Agatha Christie
"El caso de los anónimos", de Agatha Christie




Héctor Castro Ariño+





Autor: Héctor Castro Ariño